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Fallece Concha Carretero, compañera de las trece rosas rojas
Madrid - 01/01/2014
Publicada: 02/01/2014
Por Gustavo Vidal Manzanares | Comienza 2014 y una flor se marchita. En el gris lluvioso del primer día del año Concha Carretero nos ha dejado.
Comienza 2014 y una flor se marchita. En el gris lluvioso del primer día del año Concha Carretero nos ha dejado. Sirvan las siguientes líneas como respeto y homenaje hacia esta luchadora indomable….
Nacida en 1918, por sus retinas desfilaron las escenas más terribles del siglo XX, a lo largo de una vida cincelada a golpes y dolor. Pero su ejemplo, su lucha, queda como ejemplo indeleble…A los dos años, arrastrada por la pobreza, fue llevada a Madrid donde se criaría, durante siete años, con sus abuelos maternos. Una mañana, su padre apareció muerto, tirado en la calle. La miseria era tan intensa que ni tan siquiera fue enterrado. Sus restos fueron troceados y vendidos a estudiantes de Medicina. Al poco, su madre, Gregoria Sanz, sufrió un atroz accidente. Mientras limpiaba el hueco del ascensor en un oscuro portal, la caja del elevador le cayó encima provocando la pérdida de un riñón y una salud para siempre quebrantada.
Pero en aquellos tiempos, el estado del bienestar ni estaba ni se le esperaba. De modo que la niña Concha, con tan solo diez años, se empleó como aprendiz en una camisería, en un taller de costura, en una churrería, en el Hospital del Niño Jesús y, por supuesto, ayudando a su madre en los trabajos de portería…
Buscando refugio en la imaginación, el duende de Talía fue invadiendo su joven alma. Accede a un grupo de teatro de la asociación “Salud y cultura” donde se recaudan fondos para vecinos en situaciones de exclusión social. Aunque el éxito parece guiñarle los ojos, aunque los aplausos retumban en sus interpretaciones en obras de Carlos Arniches, su hermano, convertido en cabeza de familia, no autoriza que marche de gira con la compañía teatral. Acaba su carrera de actriz, pero otro duende, mucho más poderoso y adictivo le tiende la mano: la política.
Afiliada a las MAOC (Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas), se unirá a las Juventudes Comunistas, más tarde JSU (Juventudes Socialistas Unificadas).
Al perpetrarse la traición de militares fascistas en 1936, las mujeres de las JSU constituyen comités de ayuda para los soldados leales a la república. Durante incontables jornadas dirigirá un grupo de más de cien mujeres en la confección de prendas para el ejército republicano. En 1937 se encarga de más de mil niños cuyos padres están en el frente. Posteriormente, trabajará de tornera en la fábrica de guerra y experiencias industriales.
Tortuada enacelada por sus ideas
Padecemos en España una peculiar derecha, muy alejada de las derechas civilizadas europeas. Consciente o inconscientemente, considera que el país le pertenece y por ello puede imponer sus ideas y moralina al resto, por más que esta derecha no crea sus ideas ni cumplan sus preceptos morales.
Y entonces era peor. La derecha asesinaba, torturaba y encarcelaba a quienes no pensaban como ellos. Cuando las tropas fascistas entran en Madrid, Concha es detenida. Su “delito”: acudir a una reunión de las JSU. Sufre puñetazos, latigazos, placas calientes durante veinticuatro horas, corrientes eléctricas… a veces el dolor la acarrea desmayos. En estos casos es despertada a patadas y obligada a limpiar la sangre de sus compañeros torturados. El 4 de agosto es trasladada a la cárcel de Ventas y esa misma noche se produce la saca en la que serán asesinadas las Trece Rosas. Pero su estado, tras las torturas, es tan penoso que no se enterará del crimen múltiple hasta dos días después.
Trasladada al departamento de menores de la cárcel de Ventas, confeccionará ganchillos para enviarlos a su madre, tan enferma que ha de comer de la venta de aquellas prendas. También realiza una amplia labor de apoyo moral, hasta el punto de ser apodada “madame Cibeles”. No hay presa deprimida que no reciba la visita alentadora de Concha.
A finales de 1940, sus pies pisan las calles de Madrid, pero la libertad va a durar poco. Delatada por algunos labios ponzoñosos, la policía comienza su búsqueda. Difícil arrastrarse por lodazales de deshonor mayor que los transitados por aquellos siniestros “guardianes del orden”. No dudan en amedrentar y acosar a Gregoria, la madre enferma de Concha. Para evitar más intimidaciones a su madre, la joven se presenta en comisaría la noche gélida del 17 de enero de 1941. Allí es golpeada y despojada de toda su ropa para ser arrojada a una celda húmeda. Cada cierto tiempo, manos criminales la arrojarán baldes de agua fría. Durante toda la noche, la joven realizará ejercicios físicos para evitar congelación.
Luchando por la justicia hasta el último aliento
Las vejaciones y torturas de sus “cristianos” captores no se limitarían golpes y bajas temperaturas. En mitad de la madrugada es transportada hasta la tapia del cementerio de Este. Totalmente desnuda, la sitúan en uno de los muros. Linternas empuñadas por manos anónimas e infaustas señalan los impactos de bala fruto de recientes fusilamientos. “El próximo balazo va a ser el tuyo”, escucha entre sombras, nieblas y risas.
No han conseguido los torturadores la delación de Concha. Trasladada a la cárcel de Ventas, permanecerá días incomunicada en una celda de castigo, sin agua ni retrete. Contraerá así una enfermedad de por vida en un ojo.
Con 23 años, sale en libertad. Encuentra a su madre enferma de un pulmón, viviendo en los soportales de la plaza de toros de las Ventas y subsistiendo mediante la mendicidad. El terror en aquella España de sotanas y uniformes es tan magno que sus abuelos no la acogen por miedo a represalias, Durante varios días dormirá con su madre en la calle.
Para sacar adelante a su madre, Concha comienza a servir. Consigue sacar a sus hermanos de prisión gracias a un contacto en la casa donde sirve.
En mayo de 1942 se casa y queda embarazada. En diciembre de 1942 su marido es detenido y fusilado. En 1943 marcha a Toledo con su hija, su madre y sus hermanos. Al año siguiente es juzgada y absuelta de la pena de muerte. En 1946 se coloca en una lechería. Vive con su madre y su hija en una cuadra en el Cerro de la Vaca, donde sólo cabía una cama. Más tarde volverá a casarse, y alumbrará cinco hijos.
Hasta hace unas horas siguió siendo una mujer comprometida, defendiendo los mismos ideales de libertad y justicia social. Hoy, ha entrado en la leyenda. Hasta siempre Concha.
Nueva Tribuna.es