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11/09/2012
Publicada: 12/09/2012
Un nuevo estudio desvela que varios médicos extranjeros ensayaron las transfusiones con sangre de cadáver para tratar de salvar a los heridos en el conflicto Neugass: “Ahora entiendo por qué debemos ganar. Los hombres mueren pero la sangre sigue luchando en otras venas”
El 14 de enero de 1938, un fuerte bombardeo barrió el pueblo de Cuevas, cerca de Teruel. Un poeta de Nueva Orleans metido a conductor de ambulancia llamado James Neugass condujo entre los escombros hasta el pequeño hospital de la localidad. En el patio encontró a cuatro oficiales de caballería muertos que yacían en camillas mientras un hombre alto y delgado se acuclillaba junto a uno ellos.
“¿Qué demonios estás haciendo, Saxton?”, preguntó Neugass, que conocía a aquel doctor británico afiliado al partido comunista del Reino Unido llamado Reginald Saxton. El año anterior, la Sanidad Militar de la República había encargado a Saxton la creación de un hospital a medio camino entre Madrid y Valencia para atender a los heridos del frente. Desde entonces, toda su obsesión fue reunir sangre de donantes para abastacer al enorme número de pacientes que recibía su centro.
Aquella mañana de invierno, Saxton tardó en responder a la pregunta de Neugass. Este se acercó y, mirando por encima del hombro de Saxton, vio una gran jeringa llenándose de sangre. “Luces púrpura oscurecían la barra de rubí”, escribió el poeta en su diario. Después Saxton se levantó y contestó: “Es una nueva técnica soviética”.
Meses antes, las vidas de un puñado de médicos y científicos extranjeros se habían cruzado en España de forma decisiva. Entre ellos estaba el canadiense Norman Bethune, a quien el dictador Mao Tse Tung dedicaría un libro que fue lectura obligada en China. También estaba Herman Muller, un desengañado del comunismo de Stalin que ganaría el Nobel de Medicina por dilucidar los efectos nocivos de la radiación. Ambos habían llegado a España para colaborar con el Gobierno de la República aplicando sus conocimientos al tratamiento de los heridos, especialmente a través del uso pionero de la transfusión de sangre. Más de 70 años después, cuando todos los protagonistas de esta historia han muerto, nuevos documentos apuntan a que aquellos hombres investigaron una técnica tan novedosa como desesperada para salvar vidas: el uso de sangre de cadáveres en transfusiones a vivos.
Investigación de guerra
Mucho se ha hablado de que España fue un campo de pruebas durante la Guerra Civil. En este país se ensayó armamento fabricado en Alemania y en la Unión Soviética y tambien se comprobaron los efectos de los primeros bombardeos indiscriminados sobre la población civil.
La medicina fue otro campo de pruebas menos explorado, aunque sus resultados salvaran miles de vidas en lugar de aniquilarlas. Si hubo un médico extranjero que encarne esta realidad es Norman Bethune, un convencido comunista nacido en Ontario que se había especializado en cirugía torácica con la voluntad de aliviar al mundo de la carga de la tuberculosis. En contra de sus planes, Bethune acabó en España, donde salvó “cientos o miles de vidas” gracias a sus nuevas técnicas de transfusión de sangre. Así lo explica David Lethbridge, profesor del Departamento de Psicología del Okanagan College (Canadá), en un reciente artículo publicado en el Boletín Canadiense de Historia Médica.
Basado en el testimonio de Neugass, cuyos diarios han sido publicados recientemente, y las notas del cuaderno de Muller, el premio Nobel, Lethbridge asegura que Bethune y su equipo estudiaron durante meses el uso de sangre de cadáveres para trasfundir a heridos y que este se puso después en práctica gracias a Saxton, el hombre que extraía sangre de los oficiales muertos aquel 14 de enero de 1938.
“Rara vez tenemos una ocasión así”, dijo Saxton aquella mañana, según el testimonio de Neugass. El médico explicó que los militares habían muerto asfixiados en una trinchera al caerles encima un montón de escombros. Sus “camaradas” les habían desenterrado y llevado al hospital ya muertos, pero “aún calientes”. “Su mala suerte”, dijo Saxton, “ha sido nuestra buena suerte. Se nos acaban las donaciones y el camión de transfusiones está ocupado”, explicó el militar.
El camión de transfusiones era la joya de la corona de la Sanidad Militar Republicana. Era una unidad móvil, equipada con neveras, que transportaba litros de sangre hasta el frente. Su creador, Norman Bethune, la había ideado para llevar, por primera vez en la historia, la sangre a los heridos, y no al revés.
El corazón del sistema creado por Bethune era el Instituto de Transfusión Hispano-Canadiense. El edificio, en el número 36 de la calle de Príncipe de Vergara de Madrid, fue uno de los primeros bancos de sangre creados en España y también en el mundo. Las técnicas de transfusión que hoy se dan por hechas estaban aún en pañales en 1937. Bethune ideó y estableció el sistema de donaciones civiles para abastecer el frente. También perfeccionó las técnicas para mantener la sangre en buenas condiciones durante semanas y creó las unidades móviles con las que hizo historia. Bethune y su unidad fueron responsables de casi el 80% de todas las extracciones hechas durante la guerra, señala el estudio de Lethbridge.
“Los hombres mueren pero la sangre sigue luchando en otras venas”
El Instituto de Bethune no solo era una unidad de intervención directa en tiempos de guerra sino también un centro de investigación en el que se intentaban “resolver los muchos misterios de la sangre, su naturaleza celular, las causas de su deterioro y las técnicas para preservarla”, explica Lethbridge. “Tenemos una idea que permitirá mantener la sangre durante mucho más tiempo del que se creía”, le explicó Bethune a un periodista en febrero de 1937. “Puede que averigüemos cosas muy interesantes”, añadió.
Poco después llegó al Instituto Herman Muller, un genetista estadouniense que había pasado años investigando los daños genéticos de la radiación en la Unión Soviética. Había abandonado el país asqueado por la represión estalinista y su ciencia oficial contraria a la teoría de la evolución. La URSS era entonces pionera de los bancos de sangre (creó el primero del mundo en 1926). En menos de una década el sistema se perfeccionó con dos grandes centros en Moscú y Leningrado cuya organización a base de donaciones civiles sorprendieron al mundo durante el Primer Congreso Internacional de Transfusión Sanguínea, que se celebró en Roma en 1935, cuenta Lethbridge. Ningún otro país asistente tenía algo parecido.
Sangre de cadáver
Un año después, el médico ruso Serguei Yudin publicó un estudio rompedor en el que demostró en más de 900 casos que la sangre de los muertos podía ser transfundida con éxito a los vivos. La sangre podía conservarse durante semanas en una nevera y había permitido a Yudin pasar de una situación de escasez de sangre en su clínica a abastecer a otros centros sanitarios. La “nueva técnica soviética”, como la llamó después Saxton, fue publicada en detalle en The Lancet en 1936.
Un puñado de hojas manuscritas por Muller durante su estancia en la unidad de Bethune demuestran ahora que el investigador intentó llevar la técnica de Yudin al mismo frente para salvar vidas. En aquellas notas, conservadas en la Biblioteca Lilly de la Universidad de Indiana, Muller habla de sus investigaciones extrayendo sangre de cadáveres y estudiando sus propiedades. También hay notas sobre el instrumental necesario para extraer la sangre de los caídos. En una ocasión, confiesa que comentó con Bethune y con su compañero, el doctor Grande Covián, su idea de inyectarse la sangre de un muerto, relata Lethbridge. La idea nunca se puso en práctica porque el fluido se coaguló antes de tiempo.
En abril de 1937 Muller se marcha de España y sus investigaciones quedan aparentemente suspendidas. Nunca fueron publicadas, lo que impide detallar si llegaron a transfundir esa sangre a vivos. “Nuestro material es incompleto en el mejor de los casos y mucho de lo sucedido es aún oscuro”, reconoce Lethbridge.
Llamamiento al Gobierno
Muller acabó aceptando un puesto en la Universidad de Indiana en 1945. Un año después ganó el Nobel trabajando en un campo totalmente diferente al de las transfusiones, en concreto, los daños de la radiación en la salud humana muy poco después de que EEUU lanzase las bomba atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Pero tal vez sus cortas investigaciones en Madrid llegaran más allá, especula ahora Lethbridge.
Casi al mismo tiempo que Muller llegó al Instituto de Bethune, el británico Reginald Saxton también llamó a la puerta del número 36 de Príncipe de Vergara. El Gobierno le había encargado crear un nuevo hospital de campaña para atender al creciente número de heridos en los combates del río Jarama. En los primeros cinco días recibieron más de 700 heridos, lo que hacía esencial tener un buen banco de sangre, relata el estudio de Lethbridge. Saxton encontró en Bethune una especie de “hada madrina” que le enseñó cómo organizar la extracción de sangre a civiles y dirigir su propio banco de sangre. Saxton visitó el Instituto varias veces y Bethune le llevó material necesario a su hospital de campaña.
De Saxton es una de las pocas descripciones médicas de primera mano que existen del Instituto Hispano-Canadiense de Tranfusión. Se publicó en The Lancet y en ella Saxton exigía al Gobierno de la República que permitiese las transfusiones de muertos a vivos. “La única forma de salvar estas vidas depende del uso de la sangre de cadáveres almacenada descrita por S. S. Yudin. En mi opinión, es obligación de Sanidad Militar de la República Española organizar un abastecimiento de sangre de cadáver a gran escala”, escribió Saxton en 1937. El Gobierno de la República nunca le hizo caso.
Lo último que se sabe del asunto es lo sucedido aquel 14 de enero de 1938. Lo escribió Neugass, el poeta sanitario de la Brigada Abraham Lincoln, en su diario. Aquella mañana, al ver el sombrío panorama en el patio del hospital, le insinuó a Saxton si iba a usar la sangre de los oficiales muertos para una transfusión.
“Bueno, primero tengo que determinar de qué tipo es y probarla… pero ¿por qué no? Tengo que darme prisa”, contestó el médico.
Neugass continúa la entrada de ese día con unas frases teñidas de fervor político que, 70 años después, sólo provocan tristeza: “Ahora entiendo por qué debemos ganar. Los hombres mueren pero la sangre sigue luchando en otras venas”.
El occidental que se ganó a Mao
David Lethbridge, reconocido izquierdista, quiere que se honre a Bethune y su equipo por su ensayos hasta ahora eran desconocidos. El médico ha sido elogiado por su labor de organización médica y las transfusiones de campaña, pero su otro papel como investigador de nuevas técnicas ha pasado totalmente desapercibido. “Durante unas semanas de la primavera de 1937, Muller, Saxton y Bethune se unieron en un intento parcialmente exitoso de aplicar los rompedores descubrimientos de Yudin en una zona de guerra”, escribe Lethbridge. “El trabajo con sangre de cadáver es una faceta minusvalorada del trabajo médico que Bethune realizó en España y prueba su total devoción por el Gobierno republicano y el movimiento antifascista”, concluye el autor.
Bethune se marchó de España en mayo de 1937, en parte por su desacuerdo con los mandos y la excesiva burocracia republicana. Su destino fue China, donde había comenzado una guerra con Japón en la que se necesitaba sangre para transfusiones a toda costa. Bethune organizó el servicio médico de campaña. Un día de 1939 se hizo un corte en el dedo mientras operaba a un herido. En noviembre de ese año, débil y cansado, murió cerca del frente, muy posiblemente por una infección de la sangre ocasionada por aquel corte.
Durante décadas, Bethune fue un desconocido en su país natal, mientras todos los escolares chinos conocían su labor, ensalzada como ejemplo comunista por Mao Tse Tung en el ensayo En recuerdo de Bethune. Antes de su partida en mayo del 37, las autoridades republicanas dieron a Bethune uno de los honores más elevados que se concedieron a un extranjero durante la contienda. A partir de los 60 y 70, Canadá recuperó a Bethune, sobre el que se hicieron documentales y al menos dos películas en las que el actor Donald Sutherland interpretó al médico.
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